¿Cómo saber cuán limpia está la ciudad?



El Índice de Calidad de Limpieza (ICL) permite evaluar con precisión la higiene de las calles porteñas, más allá de la subjetividad de la mirada personal. Una herramienta fundamental para la gestión de soluciones.

¿Alguna vez caminó por la calle y se dijo a sí mismo: “esta ciudad está cada día más sucia”? O, por el contrario, ¿se sorprendió de encontrarla cada vez más limpia? Quizás, esta dualidad se hizo presente incluso durante un trayecto de un par de cuadras. ¿Nunca le sucedió charlar con un conocido sobre la limpieza de la ciudad y sentir que hablaban de dos lugares por completo distintos? Esta dicotomía, que constantemente surge en nuestra vida cotidiana, se puede explicar a partir del comportamiento que sigue nuestra percepción de la limpieza de un entorno público.

Para bien o para mal, nuestra mirada está cargada de múltiples sesgos que causan subjetividad a la hora de sacar conclusiones sobre, por ejemplo, la higiene urbana. Estos matices de apreciación pueden responder a diversas razones: desde la simpatía que se tiene con los gobernantes ocasionales y el estado de ánimo que se atraviese en ese momento, hasta, simplemente, la importancia que le damos a la temática en cuestión, entre muchos otros motivos. Sobre esa variabilidad trabaja el Índice de Calidad de Limpieza (ICL).

Ante la evidencia de que nuestra sola percepción no es un buen indicador, la estadística como disciplina nos ofrece herramientas que permiten obtener diagnósticos más precisos y confiables. Entre esa batería de recursos se encuentra el ICL, un indicador que hace posible recopilar de manera sistemática información sobre las condiciones de limpieza de la Ciudad de Buenos Aires, impulsado a partir de febrero de 2018 por el Observatorio de Higiene Urbana porteño.

El ICL consta de dos episodios de censo anuales, uno en febrero-marzo y otro en octubre–noviembre, cuando un gran número de relevadores del Observatorio salen a las calles a recopilar datos en tres franjas horarias: mañana, tarde y noche. Para el muestreo, el distrito se divide en siete zonas y en cada una, de forma aleatoria (un detalle muy importante), se seleccionan 400 puntos. Cada uno de ellos consta de una cuadra de 100 metros de largo, donde el relevador recopila datos de ambas veredas. Finalizado el periodo de medición, todo lo recolectado es procesado y transformado en una expresión del indicador (un número entre 0 y 100). Mientras el resultado esté más cerca de 100, mejor será la calidad de limpieza.

El ICL nos permite ver cómo evoluciona la limpieza de la ciudad de Buenos Aires a través del tiempo y cómo repercuten las decisiones que se vayan tomando al respecto. La evidencia empírica a la hora de la gestión es fundamental, ya que los recursos que se disponen son limitados y, en muchas ocasiones, escasos, con lo cual esta herramienta se vuelve clave para  tomar acciones eficientes y acertadas. La higiene de los espacios públicos repercute en la calidad de vida de todos los habitantes, por lo que la gestión de este factor es determinante para tener un entorno cada día más saludable.

Por ejemplo, gracias al ICL sabemos que más del 99% de las cuadras porteñas tiene al menos una hez canina y que en casi el 30% de las veredas hay malos olores, posiblemente relacionados con esas mismas heces. Estos y todo el resto de los datos obtenidos son comparados año tras año después de realizar el ICL. Por supuesto, no se trata de la solución final, pero sí se podría decir que es el principio de una solución posible a estos problemas. Si pensamos en el Índice como el “termómetro” de la higiene de la ciudad, es un paso necesario para que la gestión elabore y administre “el medicamento”: políticas públicas precisas y eficientes


Asociación Sustentar