Residuos y hábitos en una ciudad inteligente

Por Raúl Taghón

A pesar de ser referente a nivel nacional y contar con un sistema moderno, la ciudad de Buenos Aires continúa enviando materiales reciclables a entierro. ¿Qué esperanza queda para el resto de los municipios? Ante la falta de recursos públicos y de una cultura preocupada por el ambiente, accionar sobre los hábitos de la comunidad es posible y se convierte en una necesidad para el éxito de las políticas públicas.

Hace muy pocos años, en Buenos Aires nos parecía lo más normal del mundo sacar la bolsa de basura para dejarla en el canasto que teníamos frente a nuestras casas o apilarla en la esquina más cercana. Al rato, pasaba un camión y dos “basureros”, que iban corriendo detrás, se encargaban de juntar las bolsas a mano, para tirarlas con muy buena puntería en la caja del vehículo. En todas las ciudades era más o menos igual, y no había en ese sentido mucha diferencia con la recolección de residuos de una localidad pequeña como Bragado. Sin embargo, la actualidad es muy diferente.

Buenos Aires se está convirtiendo en una ciudad inteligente, con un sistema de recolección de residuos que sigue un proceso de modernización continuo, a la par de las principales ciudades del mundo.

Hoy, los hogares porteños separan los residuos en dos fracciones: una con materiales reutilizables y otra con desperdicios húmedos. En los últimos años se mejoró el sistema de recolección con la instalación de contenedores diferenciados para cada tipo de residuos (secos y húmedos), y la incorporación de Puntos Verdes y nuevas tecnologías. Los camiones, por ejemplo, tienen un brazo mecánico que sujeta los contenedores y los eleva unos 6 metros hasta colocarlos sobre su tolva, donde son vaciados. También cuentan con sensores y dispositivos GPS que transmiten en vivo todos los datos de la operación, incluso si el contenedor realmente fue servido. Todos esos datos son enviados a un centro de monitoreo que controla el vaciado diario de 28.000 contenedores. 

Si bien Buenos Aires está en la dirección correcta en materia de gestión de residuos, otras metrópolis de su categoría se encuentran mucho más avanzadas en tecnología y logística. En Barcelona, por ejemplo, los hogares separan residuos en cinco fracciones (vidrio, papel, plástico, orgánico y resto). De esa manera disminuye el riesgo de contaminación de los materiales y evita el costo adicional que supone separar a posteriori todo el material mezclado. También cuentan con sensores que indican el nivel de llenado de los contenedores y con un sistema informático que genera la ruta de recolección más eficiente, al priorizar los próximos a colmar su capacidad. La eficiencia no radica solamente en evitar la operación de contenedores vacíos, sino también en la mejora de otros indicadores como el descenso de los niveles de ruido, baja emisión de gases, ahorro de combustible y dinero.

Pero la gran mayoría de los municipios de nuestro país no cuentan con los recursos para implementar tecnologías que ayuden a planificar rutas inteligentes, ni para multiplicar por cinco la cantidad de contenedores por cuadra. Esto lleva a preguntarnos si los dos tipos de contenedores que tiene la Ciudad, por ejemplo, no serían suficientes para alcanzar buenos niveles de recuperación de reciclables si se realizara una buena separación en origen y se depositaran correctamente los residuos en su lugar.

Cabe preguntarse también hasta qué punto dependemos únicamente de la tecnología para tener un sistema de recolección eficiente. Los vecinos de Buenos Aires sacan la basura de domingo a viernes, entre las 19 y las 21, lo que significa que los camiones salen prácticamente todos los días a recolectar lo depositado en los contenedores. Un estudio de la generación de residuos por zonas podría proponer un esquema que reduzca esa frecuencia y al mismo tiempo redistribuya los recursos disponibles hacia las áreas más comprometidas de acuerdo, por ejemplo, a los indicadores del Índice de Calidad de Limpieza. En un modelo de este tipo, nuevamente cobran vital importancia los hábitos de las personas, que deberían respetar los días fijados para sacar las bolsas.

No queda más que trabajar sobre los hábitos

A pesar del esfuerzo, de las inversiones tecnológicas y cambios logísticos hechos en materia de gestión de residuos, siguen llegando materiales reutilizables a los rellenos sanitarios que tienen una capacidad de almacenamiento finita. Por detrás de esto tenemos otro problema crítico y es que por distintas causas cada vez generamos más basura.

Lo dicho no debería eximirnos de aportar con lo que esté a nuestro alcance. Y es que, si bien las ciudades inteligentes se caracterizan por contar con desarrollos tecnológicos que mejoran su infraestructura y red de servicios, también buscan interpelar a sus habitantes para seguir determinados comportamientos que ayuden a alcanzar el éxito de las políticas públicas. 

En el Observatorio pensamos que aún hay mucho por hacer en este aspecto: buscamos formas de transformar hábitos y costumbres arraigados en la comunidad, para promover una ciudad limpia y sostenible.

Más allá de tirar las bolsas de residuos en un canasto o en un contenedor, del cambio estético de las cuadras de la ciudad por la instalación del nuevo mobiliario o de la espectacularidad de su recolección, el gran desafío que tenemos ahora es el de modificar nuestra relación con los residuos que generamos. Automáticamente tiramos todo al mismo tacho ubicado en el bajo mesada, sin embargo, muchos de estos residuos pueden ser reutilizados y deberíamos colocarlos aparte, o lo que es lo mismo, separarlos en origen.

De hecho, del consumo que se produce en los hogares resulta gran parte de los residuos que luego son desechados en los depósitos sanitarios; o mejor aún, que se reintroducen en la economía gracias a la separación en origen, la recolección selectiva y al posterior reciclaje de los materiales reutilizables.

La separación en origen entonces es una necesidad primordial para que funcione el resto de la cadena. Pero, aunque es fácil separar residuos, numerosos estudios demuestran que los argentinos nos las ingeniamos para no hacerlo. Exponemos una amalgama entre razones justas y excusas que van desde carencia de infraestructura, desconocimiento del tema, falta de tiempo e incluso desinterés. En esta línea la educación ambiental, la difusión de información y la generación de incentivos son claves para arraigar la práctica del reciclaje en los hogares.

Hasta el momento no existe tecnología doméstica que separe los residuos por nosotros ni saque la basura a la calle en los días programados. Por suerte, como vecinos, nos toca la parte más fácil de todo el proceso y, a la vez, una de las más importantes: separar los materiales reciclables en casa y disponer cada bolsa en el sitio indicado.

Asociación Sustentar